A partir de la petición formulada en 1375 al “consell de laVila” del eremita catalán Bernat Fabra para ocupar penitencialmente una de las cuevas de las orillas del río Mijares comienza la presencia humana en ese paraje, que culminará con el culto mariano devocional a Nuestra Señora de Gracia y la paulatina edificación de su santuario a unos dos kilómetros de distancia del centro urbano.
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